Hemos demonizado al Ego porque lo confundimos con mezquindad y con egocentrismo. El Ego es la única herramienta psíquica que tenemos. Si nos vemos y escuchamos, conocemos en profundidad y actualizamos nuestras partes inmaduras, tendremos un ego humano. Ni más ni menos: imperfecto. Generoso y avaro, valiente y cobarde, curioso y aburrido, orgulloso y humilde. Todo a partes iguales, si al final de cuentas, somos tan hijos de puta como hijos de dios.
Ego autorreferente
¡a mí sí que!
¡yo más!
¡a mí también!
¡si tu no hicieras o hicieras tal cosa, yo me sentiría mejor!
¿Estas frases no os suenan a berrinche de niño?
Un ego autorreferente está inmaduro. Es egocéntrico, todo tiene que girar alrededor de él. La persona autorreferente no tiene herramientas de sostén propio porque no ha tomado consciencia de que su bienestar depende en gran medida de que ella misma satisfaga sus necesidades. Vive echando culpas fuera y demandando soluciones a su propio malestar. No puede entender que los demás no hagan lo que quiere, o que no piensen o sienten como ella.
Esta descripción nos puede sonar muy lejana, que nosotros no somos así, pero si buscamos solo un poquito en nuestro interior, nos daremos cuenta de que alguna parte nuestra es increíblemente inmadura. Algunas personas tienen resuelto y saben gestionar muy bien su independencia económica, pero hacen aguas al momento de relacionarse con su pareja, por ejemplo, porque se vuelven dependientes emocionales y es ahí donde aparece la demanda infantil de atención y sostén. También puede darse al contrario, tener resuelto el mundo afectivo con pareja y amigos, saber poner los límites de independencia necesarios para no exigir a los demás que le den bienestar, sin embargo le prestan muy poca atención a buscar la independencia económica necesaria.
Ego referente
yo te veo,
te escucho,
te siento.
La escucha necesaria para alcanzar un ego humano es hacia el otro y hacia mi. No es posible que escuche, vea y sienta a los demás sin antes hacer lo mismo conmigo y cuando me veo, me doy cuenta de todo lo que está inconcluso en mí; de las emociones que no he atendido, de los pensamientos que me están haciendo daño, de mi cansancio corporal, de que necesito distraerme o poner más atención al trabajo…etc. Es decir, me doy cuenta de lo abandonada que me tengo y de que es hora de hacerme cargo Yo (y no los demás) de lo que hay que reparar en mí. Es ahí cuando el Ego madura y se humaniza y ya somos capaces de ver (nos), escuchar (nos) y sentir (nos) y construir vínculos en donde mi presencia no sea una carga para los demás.